Historia del Cannabis Cañamo como fuente de papel

La triste historia de esa planta que llamamos cáñamo o marihuana puede ser ejemplo tanto de engaño como de ingenuidad humana. Llevaría horas resumir los usos que las diferentes sociedades humanas han dado al cáñamo desde hace no siglos, sino milenios. Asombra comprobar que ha sido uno de los vegetales más extendidos y utilizados: para uso textil, pocos jóvenes saben que los primeros pantalones vaqueros estaban confeccionados con cáñamo, mucho más resistente que los actuales de algodón; sogas y cuerdas de todo tipo, velas de barcos, cestos, etc. etc. También tuvo usos medicinales, reflejados en innumerables textos a lo largo de los siglos. Los recientes descubrimientos acerca de sus efectos beneficiosos para pacientes sometidos a quimioterapia no son más que una de las tantas utilidades que el ser humano le ha encontrado a esta planta. Su uso lúdico como droga, utilizado para producir una especie de borrachera leve, no ha sido, desde luego, el principal, aunque se le dio especial importancia en algunas culturas para actos sacramentales como medio de comunicación con sus dioses, de forma muy parecida a como nosotros usamos otra droga, el vino, en la misa. ¿Qué ocurrió, entonces el siglo pasado para que esta planta tan aparentemente útil fuera prohibida de repente en Estados Unidos y luego en el resto del mundo?
Es aquí donde nos encontramos con un ejemplo típico de candidez de las sociedades humanas, de manipulación y de, también hay que decirlo, lucrativo negocio al estilo americano.

En los años treinta el papel se obtenía industrialmente de dos fuentes: del cáñamo, que daba lugar a un papel de excelente calidad, sumamente ecológico y que tenía como único inconveniente que requería mucha mano de obra para el cuidado de la planta, y de la madera, sistema que aún se sigue utilizando hoy en día y que, como todos sabemos, además de provocar una grave deforestación, da lugar a una de las industrias más contaminantes. Los años treinta, como prácticamente todo el siglo pasado, fue una época de inventos en todas las áreas, y entre las innumerables máquinas que se crearon y que hicieron menos duras las labores agrícolas se encontraba el descortezador mecánico. Con este aparato la obtención de papel a partir del cáñamo pasaba a ser no solo el sistema más ecológico, sino también el más rentable.

¿Por qué entonces en esa misma época se prohibió el cáñamo en vez de aumentar su producción? Llegados a este punto entran en escena tres personajes: el primero es William Randolph Hearst, el hombre más rico del mundo en su época. Hearst era propietario de una importante cadena de periódicos en Estados Unidos y como sus empresas consumían grandes cantidades de papel, pensó que podría reducir costes si él mismo compraba los aserraderos y demás empresas relacionadas con la producción de papel, y así lo hizo, invirtiendo en ello enormes sumas de dinero. Pero en 1935, con el invento del descortezador mecánico antes mencionado, mientras miles de familias de agricultores soñaban con un futuro mejor, Hearst se preocupaba por los aserraderos y fábricas procesadoras de pasta de papel que había comprado, condenadas a una ruina inminente. Pero lejos de resignarse y admitir que seguiría siendo multimillonario pero vería su fortuna reducida en parte, decidió que tenía que haber alguna forma de vencer a su nuevo enemigo, esa planta que daba papel de mejor calidad, más barato y sin apenas usar productos químicos en su elaboración. Y utilizó para ello su mejor arma: la manipulación informativa a través de los periódicos de su propiedad. Inició una campaña en la que presentaba al cáñamo, la marihuana, como el origen de todos los males: delitos, violencia, etc. Hearst nunca incluyó en los artículos de sus periódicos ni un sólo informe médico o científico de los cientos que entonces ya existían porque todos ellos decían claramente que no se trataba de una planta peligrosa y que tenía, en cambio muchas cualidades positivas, tanto medicinales como de uso industrial. A pesar de ello, millones de americanos le creyeron y empezaron a ver un enemigo en una de las plantas más útiles al ser humano y que era también, entre decenas de usos, fumada por quien le apeteciera, como lo habían hecho, entre otros muchos, los serios y respetables presidentes George Washington o Tomas Jefferson, ambos conocidos y declarados cultivadores y consumidores de marihuana.

William Randolph Hearst

Pero no era suficiente tener a la opinión pública de su lado para conseguir prohibir un cultivo tan beneficioso, Hearst necesitaba algún cómplice poderoso, y aquí entra en escena el segundo personaje: la empresa petroquímica Dupont, que ya entonces contaba con plantas de producción distribuidas por toda América. Esta empresa también tenía sus razones para combatir a esa planta que se empeñaba en seguir siendo tan incómodamente útil: por una parte Dupont tenía la patente del ácido sulfúrico, muy contaminante pero utilizado en grandes cantidades en el procesamiento de la pasta de papel obtenida de la madera, con lo que Hearst era uno de sus mejores clientes. Por otra parte, Dupont acababa de desarrollar dos fibras artificiales, el rayón y el nylon, que encontraban en el cáñamo a un ecológico e incómodo competidor. Los intereses de las empresas de Hearst y las de Dupont coincidían plenamente. Dupont tenía contactos en las altas esferas de la política y las finanzas americanas, entre ellos Andrew Mellon, que era presidente del Mellon Bank, el principal proveedor de recursos financieros de Dupont.

Harry Jacob Anslinger

La sobrina de Mellon estaba casada con nuestro tercer personaje, Harry Anslinger, comisionado del Departamento Federal de Narcóticos, un individuo que ha pasado a la historia vinculado a varios asuntos turbios que no vienen al caso. Este fue el político ruidoso y tenaz que defendería los intereses de Hearst y Dupont, enarbolando la bandera de la moral, el patriotismo y las buenas costumbres. Dio en el congreso encendidos discursos contra el cáñamo, pero nunca pudo presentar una prueba o un sólo estudio científico que apoyara su tesis. Repitió una y otra vez que era una droga terrible que provocaba agresividad y que debía ser prohibida. Cuando le presentaron informes médicos que decían que era imposible que tal planta provocara agresividad, sino justamente lo contrario, dijo entonces era una planta antipatriótica, pues no permitiría tener buenos soldados.
Así, el trío Anslinger-Dupont-Hearst consiguió que en 1937 el cáñamo fuera prohibido en Estados Unidos. A partir de ahí se produjo un efecto dominó que haría que la planta acabara, tras miles de años de convivencia pacífica con el ser humano, prohibida en prácticamente todo el mundo. Si algún país quería tener buenas relaciones con Estados Unidos tenía que incluir tan extraña prohibición entre sus leyes, arruinando a miles de familias de agricultores y obligándose a producir o comprar productos más caros y contaminantes.

Esa es la triste historia de esta planta y la campaña de difamación que se desató contra ella ¿Estuvieron equivocados los griegos, romanos, persas, hindúes, chinos, y tantas otras ricas culturas que la utilizaron o somos nosotros, que vivimos en este extraño tiempo de prohibición los engañados?.

Es difícil calcular cuantos cientos de miles de hectáreas de bosques en todo el mundo no habrían sido destruidos de no haber seguido la historia tan retorcido camino, de no haber prevalecido los intereses mezquinos de un pequeño grupo de hombres sobre los del resto de la humanidad.

Pero posiblemente, y a pesar de que estos son datos conocidos y fácilmente comprobables hoy en día, la prohibición continuará durante quien sabe cuántos años más, porque le proporciona un lucrativo negocio a políticos corruptos y a las mafias de todo el mundo, porque los enormes gastos de su prohibición y las consecuencias negativas de la misma las pagamos nosotros con nuestros impuestos mientras algunas empresas farmacéuticas, como Eli Lilly, de la que fue director George Bush padre, tienen el multimillonario negocio de las patentes por la producción sintética de los principios activos del cáñamo, principios que forman parte fundamental de muchas medicinas. Este negocio se vendría abajo si esos principios se obtuvieran de forma natural de la planta en vez de sintetizarlos. Pero somos ingenuos, absurdamente incautos, y a pesar de que hoy día tenemos todos estos datos a nuestra disposición, sigue pesando más sobre todas las sociedades del mundo el engaño a que sometieron a nuestros abuelos un grupo de sinvergüenzas codiciosos hace seis décadas.

Si fuéramos algo más cautos, un poco más desconfiados, investigaríamos el origen de hechos y costumbres que damos por buenos sólo porque nos han acostumbrado a ellos desde niños, indagaríamos sobre el origen de la clase política antes de votarles o, mejor aún, exigiríamos que nos consultaran antes de hacer las leyes que van a condicionar nuestra vida; averiguaríamos cual fue el verdadero origen de cada guerra, el de cada religión, y llegaríamos a cuestionarnos incluso pequeñas costumbres cotidianas como taladrar las orejas de nuestras hijas para colgarles un adorno, mientras miramos con soberbia a otras culturas que consideramos menos desarrolladas porque taladran la nariz de sus niños. Posiblemente si hiciéramos eso ya no moriría ningún joven por las drogas adulteradas que les venden las mafias, posiblemente se acabarían todas las guerras en unos pocos años y con ellas tantos negocios de muerte. Pero ese sería otro mundo, un mundo que, tal vez porque soy humano y por tanto de naturaleza absurdamente ingenua, creo que, algún día, y a pesar de todo, llegará a ser realidad.

La intervención del empresario William Randolph Hearst fue decisiva. Hearst era propietario de la mayor cadena de periódicos y por tanto debía su imperio a la industria papelera. En aquellos años el papel se producía a partir del cultivo del cáñamo, el cual precisaba de una serie de gastos por mano de obra bastante elevados, con lo que se busca algún tipo de materia prima más barata y que por lo tanto dejase un mayor beneficio. El cambio de papel de cáñamo al de madera fue una jugada de intereses económicos en la Hearst, propietario de grandes serrerías, iba a ser el gran beneficiario. Sin embargo, la invención de la descortezadora mecánica creó nuevas expectativas entre los agricultores, que vieron como la tarea más costosa y dura del cultivo de cáñamo podría ser abaratada con el consiguiente aumento de su producción.

El cuarto poder

William Hearst no podía dejar que su imperio periodístico y maderero se fuera a pique, por lo que ideó una estrategia de contraataque.

El San Francisco Examiner era en aquellos días el periódico estrella del holding Hearst. Sus editoriales y reportajes moldearon la opinión pública estadounidense. A través de sus páginas se gestó una de las mayores conspiraciones de poder llevadas a cabo por el sector privado.

Desde las máquinas de escribir de las redacciones del diario se elaboró una campaña de desinformación hacia la marihuana de un calibre nunca alcanzado hasta entonces. En pocos meses la sociedad comenzó a ver en el cannabis al mismo diablo, el culpable de la delincuencia, la pérdida de valores y de todos los supuestos males que tenían como base los prejuicios raciales. Pero solamente con la mala prensa no se erradicaba al enemigo. Había que desterrar su cultivo para siempre y se necesitaban aliados. Dupont, la poderosa empresa química a la que pertenecían las patentes de nylon y el rayón, fibras sintéticas que podrían sustituir al cáñamo, fue la escogida. Una alianza que fue primordial en este proceso.

El eje Dupont-Hearst funcionó a la perfección gracias a uno de los contactos que el primero tenía en el congreso, el entonces Director de Narcóticos estadounidenses, Ansloinger. Los artículos publicados por la cadena Hearst fueron leídos ante el Congreso. Escritos sensacionalistas en los que se achacaba a la marihuana todos los males del pueblo de los años treinta. Haciendo caso omiso a diferentes informes que reivindicaban los beneficios del cáñamo, se promulgó la Marijuana Tax Act, quedando penalizado su cultivo y consumo.

Farmacéuticas manos negras.

Pero si ya es truculenta la historia de la censura del cáñamo y sus derivados, se podría calificar de escandaloso el negocio que ha supuesto para varias empresas farmacéuticas. Este es el caso, por ejemplo, de la multinacional Eli Lilly, propietaria de patentes sobre diferentes derivados sintéticos de los principios activos del cannabis y que basa su negocio, entre otros conocidos medicamentos, en un producto llamado Darvon. Curiosamente esta empresa fue dirigida desde 1977 a 1979 por George Bush, encarnizado enemigo de la legalización de la marihuana.

La supuesta mano negra que manejaría los hilos de esta conspiración habría que buscarla en las más altas esferas, concretamente en la propia Organización Mundial de la Salud que estaría siendo dirigida indirectamente por asociaciones y organismos paralelos que influirían sobre cualquier tipo de resolución y actitud a favor o en contra del cannabis. El departamento que estudia y se responsabiliza de determinar si una sustancia debe someterse al control internacional es la Comisión de Expertos en Drogas Activas. Los responsables de esta organización son designados por los ministerios de sanidad de cada país de la OMS los cuales no son elegidos a dedo. Esta comisión de expertos es la culpable de que se hubiera distorsionado la verdad en varias ocasiones. La última en 1995 cuando la OMS ocultó un informe en el que el cannabis era comparado con el alcohol y el tabaco. Las conclusiones de dicho informe afirmaban que estos últimos eran más perjudiciales para la salud que la marihuana. Diversas filtraciones de la OMS hicieron que este informe viera la luz pública, destapando las presiones que provenientes del Instituto Nacional de Abuso de Drogas de las Naciones Unidas habían hecho para no alterar el concepto que existe en la sociedad actual de la marihuana y así seguir enriqueciéndose con las patentes. Información ocultada, manipulada y la existencia de posibles sobornos es lo que se podría deducir de los responsables de la OMS que han acabado siendo altos cargos de dichas empresas como son los casos de Hans Halbach, ex director de la Unidad de Drogodependencia de la OMS y que fue reclutado en la empresa suiza Hoffman La Roche; el antiguo responsable de la División de Narcóticos de las Naciones Unidas, Gilbert Yates, nombrado Director de las Industrias Farmacéuticas Británicas o el ex secretario de la Junta Internacional de Control de Narcóticos que acabó convirtiéndose en un empleado más de la Asociación Americana de Fabricantes Farmacéuticos.

Un rosario de intereses creados en torno a los miles de millones de dólares que genera el cáñamo que día a día están viéndose acorralados a los prestigiosos estudios científicos que se están realizando y que ponen en duda los argumentos aducidos para su ilegalidad.

En el mes de enero de 1998, el Ministerio de Sanidad francés encargaba a su secretario Bernard Koucher un exhaustivo informe sobre la peligrosidad del cannabis. El estudio científico fue dirigido por Bernard Roques y una comisión de once miembros y siete asesores externos entre los que se encontraba el Dr. José M. Palacios. Durante cinco meses estudiaron los diferentes peligros de diferentes drogas debido al aumento de alcohólicos en Francia.

Los resultados de la investigación llegaban de nuevo a una conclusión ya conocida: esta sustancia en comparación con otro tipo de drogas como el tabaco y el alcohol es mucho menos nociva.

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